Eso de lo que tenemos o hemos tenido hasta hace poco un Ministerio. Porque las mujeres queremos tener los mismos derechos y libertades que los hombres y queremos cobrar lo mismo por el mismo trabajo y no nos da la gana que venga cualquiera y, por ser hombre, nos pueda partir la cara porque es nuestro padre, marido, hermano, tío, primo o el grado de parentesco que uno prefiera. Porque queremos que se nos trate con la misma dignidad que ellos dan por sentada y reciben sin que parezca nada del otro jueves. Porque queremos que se nos respete, en pocas palabras, ni más ni menos que a cualquier tío de la calle.
Y luego viene el Ministerio de Igualdad (o el de la Mujer, aún no lo sé del todo) y, como no sabe cómo hacerlo, cae en la sobreprotección paternalista y, en lugar de obtener igualdad, obtenemos lo que se ha dado en llamar discriminación positiva.
Con esta discriminación positiva, ahora resulta que tiene que haber tantos hombres como mujeres en los puestos directivos de las empresas y gobiernos, sin empacho de que unos y otras sean completos inútiles que están ahí para hacer bulto en muchas ocasiones. Porque es políticamente correcto, en suma, aunque sea un dispendio engorroso e innecesario, o aunque nadie crea realmente que esas mujeres van a hacer un buen papel.