miércoles, 25 de enero de 2012

Igualdad

Eso de lo que tenemos o hemos tenido hasta hace poco un Ministerio. Porque las mujeres queremos tener los mismos derechos y libertades que los hombres y queremos cobrar lo mismo por el mismo trabajo y no nos da la gana que venga cualquiera y, por ser hombre, nos pueda partir la cara porque es nuestro padre, marido, hermano, tío, primo o el grado de parentesco que uno prefiera. Porque queremos que se nos trate con la misma dignidad que ellos dan por sentada y reciben sin que parezca nada del otro jueves. Porque queremos que se nos respete, en pocas palabras, ni más ni menos que a cualquier tío de la calle.

Y luego viene el Ministerio de Igualdad (o el de la Mujer, aún no lo sé del todo) y, como no sabe cómo hacerlo, cae en la sobreprotección paternalista y, en lugar de obtener igualdad, obtenemos lo que se ha dado en llamar discriminación positiva.

Con esta discriminación positiva, ahora resulta que tiene que haber tantos hombres como mujeres en los puestos directivos de las empresas y gobiernos, sin empacho de que unos y otras sean completos inútiles que están ahí para hacer bulto en muchas ocasiones. Porque es políticamente correcto, en suma, aunque sea un dispendio engorroso e innecesario, o aunque nadie crea realmente que esas mujeres van a hacer un buen papel. 


En suma, acaba importando un pimiento si esas mujeres que se promocionan merecen realmente esa promoción, da igual si se han dejado los cuernos para conseguirla o si les ha tocado a dedo. Sólo importa que hay que quedar bien de cara a la galería y demostrar al mundo lo modernos y políticamente correctos que somos. ¡Porque no somos garrulos que desprecian a la mujer porque no puede levantar quinientos quilos con la uña del meñique del pie! (nótese el sarcasmo). La respetamos tanto que la ponemos donde todo el mundo la pueda ver, con un modelito de última moda y una peluquería de seis mil euros la sesión, pero que haga algo o no es secundario.

Y luego esos casos de discriminación positiva en que, en lugar de hacer justicia, caemos en el revanchismo. Hablemos de separaciones y divorcios, que es donde más se nota esa discriminación positiva absurda y sin visos de mínima inteligencia.

Un matrimonio se separa, motivos los que sean, y los niños quedan automáticamente bajo la custodia de la madre salvo que sea drogadicta, alcohólica o ejerza la prostitución. Que sea insolvente, que no trabaje, que los eduque deliberadamente en el odio a su padre o que les impida ver al susodicho señor, da lo mismo. Es mujer y madre y, por tanto, los niños se quedan con ella.

O una sentencia firme de divorcio otorga la custodia de los hijos al padre, pero todavía no se ha dictado la ejecución de la sentencia y el padre lleva meses sin ver a sus hijos. Si fuera al revés, una mujer con esa misma sentencia se va a la Guardia Civil, se la enseña y, no sólo la acompañan a buscar a sus hijos, sino que ese mismo día se los lleva a casa tan feliz. Es decir, sólo hace falta que se dicte la ejecución de la sentencia en caso de ser hombre; si eres mujer, por alguna razón, se deduce que la ejecución de la sentencia huelga o va implícita. 

O la violencia machista y de género. Sí, sí, leéis bien. Resulta que una cosa y otra no son lo mismo. Si un hombre, independientemente de su condición, maltrata físicamente a una mujer, es violencia machista. Si una mujer maltrata físicamente a un hombre, es violencia de género. ¿Por qué no es violencia feminista? ¿Por qué, cuando un marido maltrata a su mujer, es violencia machista y cuando un abuelo maltrata a los nietos es violencia doméstica?

Se puntualizan cosas que es innecesario puntualizar y se dejan al desgaire cosas que haría falta clarificar, pero que no corren tanta prisa porque no "ayudan" a la mujer y, por tanto, no son lo bastante urgentes ni lo bastante políticamente correctas.

Se permite que se me tilde de ladrona por comprar un ordenador y se me obliga a pagar una multa (canon) por un delito que no he cometido, pero no se me permite avanzar por el mundo sin un ministerio detrás que me dé empujoncitos bienintencionados en la dirección que ellos consideran adecuada.

Hace cien años, o menos, la mujer era abiertamente discriminada, en general, y se la consideraba inferior al hombre precisamente por ser mujer. Era algo socialmente aceptado y aceptable y a nadie se le ocurría llevarse las manos a la cabeza por ello. Así, cuando una mujer era respetada y no denigrada, era por convencimiento, no por quedar bien. Cuando un hombre era correcto con una mujer, era por educación, no por miedo a una denuncia.

 No diré que me gustara esa época, pero sí diré que prefiero esa actitud por sincera que el aparente respeto que impera hoy en día, en el que, con palabras muy bonitas, me están llamando idiota y me están diciendo en mi cara que no soy capaz de hacer nada si no tengo un ministerio detrás llevándome de la manita a las soluciones de problemas que no tengo (todavía).

No estaría de más que, en lugar de sobreprotegerme y hacerme de padre (gracias, pero ya tengo uno), el Ministerio del Revanch, perdón, de Igualdad se esmerara un poquito más en conseguir una igualdad real y efectiva y se dejara de leyes efectistas que lo único que hacen es soliviantar a los hombres y a buena parte de las mujeres. 

Por si el Ministerio de la Igualdad no lo ha notado, esa sobreprotección sólo infantiliza a la mujer, la hace niña y la convierte, a efectos legales, precisamente en el prototipo de mujer de hace cien años, que no sabía hacer la o con un canuto y no conocería sus derechos si a alguna no se le hubiera ocurrido empezar a pensar por sí misma (aunque, mujeres inteligentes siempre haya habido, al igual que hombres tontos). 

Quiero ser la igual de los hombres en derechos y libertades, pero no a costa de mi independencia ni de mi madurez. Soy adulta y voy a seguir siéndolo, quiera el Ministerio de la Igualdad o no.

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