jueves, 15 de agosto de 2013

¿Deseo a la carta?

Holaaaa.

Sí, ya sé que hace casi un año que no aparezco por aquí ni "jarta" de vino, pero ya sabéis que soy como los malos de las pelis de serie B: (léase con voz de malo de serie B) siempre vuelvo.

El título del post quizás resulte ilustrativo y quizás no, así que, mi más sentido pésame, voy a explayarme.

Resulta que el otro día, a finales de la última semana laboral, leí en una revista (cuyo nombre no voy a dar porque no me pagan para hacerles propaganda) un artículo acerca de un descubrimiento científico: han descubierto una sustancia que podría (nótese bien el podría, por favor) incitar el deseo en la mujer. En pocas palabras, la idea es que, si una no tiene ganas, se toma una pastillita y todos contentos. Algo así como una viagra femenina.

La idea me parece simplemente alucinante. O sea, no tengo ganas y me tomo una pastilla para tenerlas. Y digo yo: me tomo la pastilla... si me da la gana, ¿no? ¿O es que, como existe la pastilla, ahora voy a tener la obligación de corresponder cada vez que mi pareja me requiera? (bueno, ahora no gasto churry, o sea que es poco probable, deo gratias).



En el artículo que leí se exponen opiniones de profesionales, y no he leído ninguna que esté convencido de que el medicamento en cuestión sea la "cura" para los problemas de la sexualidad femenina. La cuestión es, para mí, qué se considera problema en la sexualidad femenina.

¿Mi pareja quiere y yo no? ¿Eso es un problema? Entonces, el problema real no es la sexualidad femenina, sino la fantasía incontrolada del hombre que pretende obligarme a tener ganas cada vez que a él le dé la gana. Y esto sí es una seria crítica hacia los desarrolladores de esta medicina. Porque, como la Viagra, el medicamento que han desarrollado se centra en los "problemas" mecánicos del deseo femenino, a los aspectos meramente físicos del asunto.

Ante esto, cualquier mujer con dos dedos de frente levanta la voz y dice: "un momento, un momento, mi deseo no es una cuestión sólo física, influye mi estado de ánimo, mi comodidad y mi incomodidad y si hace equis tiempo me he agarrado un cabreo monumental y ahora el sexo está en las antípodas de lo que quiero hasta que deje de estarlo, que puede ser dentro de cinco minutos o de dos horas" (o más tiempo, pero no hace falta entrar en eso justo ahora).

Las opiniones profesionales del artículo coinciden en que el medicamento será probablemente una ayuda cuando haya problemas médicos reales. ¿Pero qué pasa cuando no hay un problema médico, pero la pastilla está ahí y hay alguien al otro lado de la habitación presionándome porque quiere acostarse conmigo? Y digo presionando con toda la intención.

En nuestra sociedad, o somos putas o somos santas, pero el punto intermedio parece estar fuera de la definición de nuestros congéneres humanos, hombres y mujeres por igual. Quizás por esa influencia centenaria de la Iglesia Católica, por la influencia de la sociedad patriarcal y aristotélica en la que la mujer era simplemente el recipiente necesario de la semilla masculina, para que el varón no tuviera que andar guerreando, trabajando u ocupándose del mundo con una barriga de cinco meses a cuestas. En esa concepción, católica y aristotélica, la mujer no aportaba nada a esa semilla masculina, sólo recibía, era pasiva y, además, según la Iglesia, ni siquiera tenía alma, no hablemos ya de un cerebro. (¿Ha modificado ya la Iglesia esa concepción ridícula de la mujer como ser sin alma? Hablando de todo, ¿existe el alma?)

En esas condiciones, ¿a qué mujer, convencida desde la infancia de la superioridad del varón, se le ocurriría decirle a su marido que no? Las había, por supuesto, mujeres inteligentes y con un par siempre las ha habido, mujeres que rechazaban esa simplificación de sí mismas como absurda porque ellas mismas eran la prueba de que esa simplificación era errónea. Claro que eso no servía para convencer a los hombres de nada, porque no era más que "histeria", que, etimológicamente, es una enfermedad puramente femenina, porque la raíz griega "híster" (con hache aspirada) significa literalmente útero. Es decir, estábamos como cabras porque nuestro útero no funcionaba como es debido.

De acuerdo, de acuerdo, nuestro útero ocupa el lugar central de nuestro cuerpo y está estrechamente ligado a nuestro eje de equilibrio. Pero eso no significa que nuestro cerebro esté ahí, salvo que el cerebro masculino esté también en sus genitales.

Y, por supuesto, afortunadamente, también había hombres con riego sanguíneo en zonas útiles del cerebro que, de puertas para afuera, se comportaban como dictaba la sociedad y, de puertas para adentro, trataban a las mujeres como seres con inteligencia.

Pero eso no cambia un hecho, y es que ellos y nosotras estamos muy mal educados. Incluso sin querer, a nosotras nos inculcan el complejo de culpa y a ellos el de superioridad. Por no mencionar que una erección considerable borra muchos de los principios básicos del cerebro masculino y la respuesta habitual, cuando decimos que no, es "ya no me quieres". Chantaje emocional. Es cierto que muchos se aguantan (porque tienen más cerebro que entrepierna, o más decencia, o porque son más hombres que monos sin pelo) y si su pareja dice que no, hay otras maneras de pasarlo bien juntos. Pero a muchos les puede la necesidad meramente animal de meter lo que les cuelga en una carne receptiva y les importa un pepino cómo hagan sentir con eso a su pareja, porque, para ellos, no es su igual.

Y aquí está el quid de la cuestión. Con una pastilla a mano que nos permitiría disfrutar, aunque lleguemos a ello cediendo al chantaje emocional, ¿tendremos el cuajo de resistirnos al complejo de culpa y seguir diciendo que no?

Para mí, individualmente, no es ningún problema: decir que no a cualquier cosa me sale más fácil que un "a lo mejor", no digamos ya un sí. Pero yo, por alguna razón que no sabría ni empezar a desentrañar, soy una mujer atípica, porque, entre otras cosas, prefiero estar sola a mal acompañada, mientras que la respuesta más habitual cuando una mujer se queda sola es "y ahora ¿quién me querrá?". Otro detalle de ésos que indican que nos educan para casarnos y tener hijos y ser mujeres dependientes de sus maridos porque, sin ellos, no somos personas completas.

Por eso tengo la impresión de que, en realidad, todo el trabajo detrás de este medicamento no es sólo una cuestión de negocios (no olvidemos que esta investigación está financiada por una o más farmacéuticas, que de lo que van es de ganar dinero, no de ayudar a nadie). Creo que es una cuestión de que más de uno de los investigadores, químicos, médicos, desarrolladores primeros de la idea, etc. del proyecto (probablemente, casi todos hombres), han tenido que comerse la frustración de llegar a casa contentos y encontrarse a su mujer con un mal día, mirándolos de mala uva y diciendo "no me hinches las pelotas".

Es decir, con toda probabilidad, no se trata de mejorar nuestra vida sexual, sino de mejorar la suya. El problema es que adoptan un enfoque, a mi entender, insisto, en mi opinión, equivocado. La vida sexual de cada uno es responsabilidad de cada uno. Lo que están haciendo es, simplemente, elaborar una herramienta que podrán usar para responsabilizar a las mujeres de las frustraciones sexuales de los hombres. Con esa herramienta, que las fantasías sexuales de los hombres no se cumplan será culpa de las mujeres, no de ellos, porque la pastilla estará ahí para algo, ¿no?

Puede que muchos de ellos ahora lo hagan igualmente, pero lo que plantearán entonces es ¿por qué debe frustrarse uno cuando pueden disfrutar dos? Como si el sexo fuera una simple cuestión de matemáticas. Ciertamente, a grandes rasgos, es una cuestión meramente biológica, un imperativo de reproducción tan poderoso que convierte a muchos en puros monos sin pelo. El problema es que esos monos sin pelo quieren que los demás lo seamos también. Animales completamente dominados por su instinto sexual que quieren imponérselo a los demás y encima decir que es por el bien de la sexualidad femenina.

Francamente, da bastante asco.

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