sábado, 16 de mayo de 2015

Respeto y amor

¡Qué gonito me ha quedado el títuloooo! 
Sí, estoy viva, lo que son las cosas.
Dicho esto, pasaremos directamente a lo que quiero comentaros en el post de hoy (y quién sabe si de este año).

Pues, veréis, como ya sabréis, hay por ahí una Miniyó (que me cumple doce años en dos semanas y mide ya metro sesenta y tres, la jodía) que en el transcurso de su evolución y crecimiento no para de hacerme preguntas. Algunas son preguntas típicas y tópicas que todos hemos hecho en algún momento de nuestra infancia a nuestros padres, muchas son ¿por qué? cuando no quiere hacer algo y presiona a ver si me pilla en un renuncio, y otras no tienen ningún sentido, como por ejemplo: mamá, ¿qué harías si te encontraras en el súper con los zombies de The Walking Dead?. Cuando a) no vemos la serie, b) me importa un pepino, y c) ¿a qué coño viene esto ahora?

Pues el otro día me preguntó por mis parejas, pasadas y futuras (no, en el presente no gasto). Yo le contesté como buenamente pude, lo más brevemente posible (sí, porque interrumpe constantemente para hacer más preguntas sobre cosas vagamente relacionadas con el tema, como: mamá, ¿quién te gusta más: Iron Man o Thor?) y volví a mis sudokus. Pero se me quedó el tema en la cabeza. Mis antiguas parejas y las futuras... Y de repente llegó otra vez la Miniyó y me preguntó cuál de mis antiguas parejas me había gustado más. Así, porque salta de una cosa a la otra como una pulga en un festival canino.

Fui diplomática y le contesté que todas mis parejas (tres hasta el presente, excusando a su padre (que fue un rollito veraniego), me habían gustado mucho en su momento y que, mientras fueron mi pareja, no los hubiera cambiado ni por Iron Man ni por Thor (mientras fueron mi pareja, claro, porque todavía no habían salido las películas, anda que no los cambiaba a todos ahora por cualquiera de los dos). También mentí como una bellaca y le conté que con todas mis parejas (incluyendo los rollitos veraniegos) había aprendido mucho (lo que no le dije era que he aprendido, principalmente, qué no quiero en mi vida) y que fui muy feliz. Y ahí se quedó la cosa con la Miniyó, pero en mi cabeza la verdad siguió rulando implacablemente y, al final, para dejar de torturarme con el asunto, decidí endilgároslo y haceros sufrir a vosotros.

Pues bien, mi primera pareja, de los diecisiete a los dieciocho años, fue un caballero que me sacaba nueve años, completo imbécil y más imbécil yo por colgarme de él (pero yo tenía excusa: era una adolescente con una revolución hormonal en marcha). Lo único bueno que puedo decir de él, que no es poco, es que era muy guapo, buena persona y que de hambre no se morirá nunca porque es un currante nato. 

De los veinte a los veintidós tuve a mi segunda pareja... Que me dejó por otra a los dos años. Fue una relación bonita, con grandes dosis de respeto y amistad, que cuando se rompió me hizo mucho daño. Lo bueno (o malo, según se mire) fue que al romper hacía seis meses que había muerto mi hermano y, si no me había muerto detrás de él, por un tío tampoco iba a morirme. Después fuimos amigos durante muchos años porque, aunque me dejó por otra, nunca me mintió ni me engañó con ella, así que no sentía que me estuviera vendiendo barata por seguir siendo su amiga (y con su mujer, una tía encantadora y genial con la que congenié enseguida y con la que todavía mantengo contacto).

Como medio año después de romper con mi segunda pareja, conocí al gran error de mi vida. ¡Hala!, diréis, ¿por qué fue tan gran error? Pues porque lo dejé yo. 
Fue una relación de dos años en la que disfruté de respeto, complicidad, amor y amistad, grandes charlas, grandes momentos y felicidad. Y dolor. Durante gran parte de los dos años, fue una relación a distancia y, sin que yo me diera cuenta, los continuos viajes, los reencuentros y las separaciones, me hicieron mucha mella. Llegó un punto en que ya no estaba bien, ni con él ni sin él, y además se me apareció otro caballero, del que me encandilé porque me recordaba a él. Así que, como una idiota, lo dejé por un espejismo.

Ese espejismo fue mi amante durante un tiempo, pero él no estaba interesado en mí como pareja y lo dejamos correr. Hoy sigue siendo un gran amigo y mejor persona y aprovecho que quizás lea esto para decirle que lo sé, que le debo un café (o un cargamento), que sé que como no dé señales de vida pronto me va a borrar de su lista de amigos y tendré que sobornarlo con bizcochos o bufandas para que me admita otra vez. ¡Y guárdame las cremalleras!

Luego llegó el padre de mi hija, al que menciono simplemente porque, como es obvio, la Miniyó no apareció por generación espontánea. Como ya he dicho, un rollo de verano, corto, intenso, y que me dejó un regalito que llevé de un lado a otro durante nueve meses como si no supiera qué hacer con él.

Después, hace unos años, apareció de nuevo mi segunda pareja. Fuimos pareja, otra vez, durante dos años, y como no tengo nada bueno que decir al respecto, lo podemos dejar todo por dicho.

De entonces a ahora, vivo mi soltería con buen humor y, perdóneme quien me tenga que perdonar, sin ganas de quebrarla por ninguna razón. Pero, siempre hay un pero en alguna parte, la Miniyó me preguntó a quién elegiría de mis anteriores parejas si reapareciera en mi vida (¿os he comentado que de vez en cuando hace las preguntas más irrelevantes sin venir a cuento?).
Y la respuesta, si no la habéis encontrado en los párrafos anteriores, es que elegiría a mi tercera pareja, a pesar de las separaciones y de la distancia. ¿Por qué? Porque no éramos delincuentes, pero éramos cómplices. En una conversación generalizada entre, quizás, una decena de personas y él y yo cada uno en una punta, ante algún comentario que me hiciera gracia, yo miraba hacia él, él miraba hacia mí y sonreíamos, y sin necesidad de más seguíamos con nuestra vida social.
Nos bastaba una mirada y una inclinación de cabeza (o un guiño, una sonrisa, cualquier gesto irrelevante) para entendernos. Me enseñó a ser positiva, a decir las cosas con una sonrisa y, en resumen, que el respeto y el amor van sí o sí cogidos de la mano.

Ya sé que es evidente y que no he dicho nada que no sepa todo el mundo (al menos, casi todo el mundo afirma saberlo), pero yo he vivido eso: ser amada por alguien que me respetaba y yo amarlo y respetarlo a él, sin imposiciones, sin confundir respeto con obediencia ni amor con dependencia. Voy a decir una pijada, pero es un privilegio haberlo vivido. Y es un privilegio porque se lo puedo enseñar a la Miniyó, por una parte, y por la otra porque puedo reconocerlo si lo vuelvo a encontrar (y esta vez no dejarlo escapar por tonterías, espero).

Y hasta aquí, niños y niñas, mis idas de ollas provocadas por las constantes preguntas de mi hija, que me acaba de hacer otra: mamá, ¿por qué casi todos los actores tienen tableta de chocolate?

Pero ésa es una pregunta que contestaré otro día, o quizás otro año, si algún día me planteo que vale la pena darle una respuesta.

Hasta otra.





2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. ¿Y te exclamas por la edad pero no por la estatura? ¡Yo a su edad medía diez centímetros menos! :D

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