He escogido la portada de la peli porque es la que me gusta, pero el post de hoy va del libro. No he visto la peli, pero me he cascado el libro en cero coma.
Veréis, ayer, como muchos padres resignados, fui al centro comercial donde encargué los libros del colegio de mi hija a recoger el pedido. Anduve buscando y buscando dónde tenía que recogerlos, porque la señalización era (y me imagino que sigue siendo) penosa.
Por lógica difusa, o infusa, o confusa, pasé por la librería, pensando que una cosa y otra tenía que tener cierta relación. O sea, en la librería venden libros, esa cosa con portadas y páginas en medio, algunas hasta con dibujos y todo. ¿No? Pues no.
Tuve la suerte, eso sí, de encontrar a un empleado del centro comercial en cuestión atendiendo a una señora y decidí esperar a que estuviera libre para preguntarle dónde cojones atendían a los padres que venían a buscar los libros de texto de sus hijos. Entre tanto, como soy lectora compulsiva y donde haya letras tiendo a descuidar hasta la conversación, miré libros. Obviamente, me compré el libro que da título al post.